miércoles, 12 de febrero de 2014

La historia de Harold Shipman , Dr.Muerte



             


Harold Frederick Shipman nació en una familia de clase trabajadora el 14 de junio de 1946 en Nottingham, Inglaterra. Su hermana Pauline era siete años mayor a él y su hermano Clive cuatro años menor. Todos fueron criados por su madre, Vera, quien manifestó siempre una marcada predilección y una actitud de protección hacia Harold, hijo en el cual había depositado la mayor parte de sus expectativas.

Fue esa actitud de sobreprotección y de favoritismo por parte de Vera, lo que hizo que en Harold fuera creándose un sentimiento de superioridad y una actitud de arrogancia y orgullo que habrían de acompañarlo y caracterizarlo por el resto de su vida. Así, su madre hacía cosas como distinguirlo de sus hermanos haciéndolo llevar siempre una corbata mientras que a sus otros hijos les dejaba vestir casualmente; o, peor aún, solía decidir con quién jugaría Harold y con quién no, proyectando de esa forma su actitud de sobreprotección en el control de las relaciones de su hijo, cosa ésta que contribuyó fuertemente a hacer de Harold un chico solitario y distante que recién a los 19, después de que su madre había muerto, pudo conseguir por vez primera una novia. Sirven al respecto y para hacerse una idea las siguientes palabras de un ex profesor de colegio que tuvo a Harold de alumno: “yo creo que él nunca tuvo una novia, de hecho llevó a su hermana mayor a los bailes del colegio. Hacían una extraña pareja. Para entonces él era un poco extraño y un joven pretencioso”.

Académicamente Harold fue un excelente alumno en la primaria aunque un alumno mediocre en secundaria. También fue verdaderamente bueno en deportes pues su rendimiento en el campo de fútbol y en la pista de atletismo era formidable, cosa esta que normalmente convierte a los chicos en populares, pero Harold Shipman, principalmente por su arrogante actitud de superioridad, no consiguió formar amistades significativas ni ser un imán de chicas…

Si algo significó un giro en la vida de Shipman eso fue la muerte de su madre, suceso que sin duda alguna inició su obsesión por los fármacos y las drogas y, según se sabe, estuvo vinculado al aspecto psicológico de sus posteriores asesinatos.

Todo comenzó cuando un cáncer terminal al pulmón cayó sobre la madre de Shipman. Entonces Harold sabía que su amada madre moriría pronto de forma inexorable, por lo que voluntariamente, en esos agónicos meses en que el cáncer avanzaba, hizo todo lo posible por darle apoyo y pasar tiempo con ella, yendo así rápidamente a casa cada día después de terminar las clases. Una vez en casa Harold le preparaba una taza de té a su madre y charlaba extensamente con ella.

Naturalmente esta etapa tuvo la consecuencia de que Harold se aislara aún más de sus compañeros de colegio y de que en general decreciese su vida social. Él lo sabía, pero también sabía que no podía abandonar a la persona que, además de ser su madre, le había inculcado ese sentimiento de ser especial y superior al que tanto se aferró por el resto de sus años.

Cuando Shipman (arriba de adolescente) tenía 17 años su madre padeció un cáncer terminal de pulmón. Entonces él fue terriblemente marcado al ver como, en meses, ella se redujo a un cadáver viviente que solo podía huir del dolor a través de una sustancia cuyo poder lo obsesionó: la morfina…Tras la perdida de su madre Shipman quedó destrozado y principalmente por eso se decidió a estudiar Medicina después.

Sin embargo lo peor de todo fue cuando, tras un periodo inicial en que Harold veía la angustia y el intenso dolor físico de su madre en una época en que no habían bombas para administrar analgésicos, se consiguió a un médico de familia que apareció con algo que hacía desaparecer el dolor en un abrir y cerrar de ojos: la morfina.

Harold se mostró fascinado ante el poder de la morfina y, a través de esos oscuros meses, observó con asombro y horror como, con la ayuda de las mágicas inyecciones de morfina, su madre iba, con el menor dolor posible, adelgazando y convirtiéndose en una frágil criatura huesuda que, ante el avance irreversible de la muerte, no hallaba más consuelo que la efímera victoria sobre la agonía que aquel fármaco le proporcionó hasta que un 21 de junio de 1963, a sus 43 años, el cáncer le cerró de una vez y para siempre sus ojos cansados.

La madre de Harold Shipman había muerto cuando él tenía apenas 17 años. Dos años después Harold intentó cruzar los exámenes de ingreso a la Escuela de Medicina de la Universidad de Leeds. Inicialmente falló, mas el impulso propio de su sentimiento de superioridad le hizo volver a intentarlo, esta vez con éxito.

Allí en la universidad y ahora que su madre no estaba viva como para intentar regular sus relaciones, Harold se volvió más sociable. Aún así siempre fue poco sociable en relación al promedio, pero ya mucho menos que antes. No obstante siguió siendo una persona jactanciosa que se sentía superior, respecto a lo cual contó un ex compañero de Shipman: “Era como si nos tolerase. Si alguien decía una broma, sonreía con paciencia, pero Fred no quería volver a participar. Parecería gracioso, puesto que luego supe que había sido un buen atleta, por lo que uno pensaría que él debía de ser más un jugador de equipo”

Dentro de la universidad fue también, mientras cursaba el primer año, que Shipman conoció a Pimrose Oxtoby, la hija de un granjero. Ella tenía 16 años cuando él la conoció a sus 19; después, cuando ella ya tenía 17 años y 5 meses de embarazo, ambos se casaron.

Pese a lo anterior Shipman, a quien muchos recuerdan como un estudiante “fascinado por las drogas y los fármacos”, siguió estudiando con notas que, si no eran sobresalientes, sí eran suficientemente buenas para darle el título de Licenciado en Medicina y Cirugía que consiguió en 1970.

Poco después de graduarse Harold consiguió un trabajo como médico residente en el Pontefract General Infirmary, en Yorkshire. Allí mostró dos facetas distintas. Con los pacientes era muy amable, principalmente con las personas de edad avanzada, ante las que se mostraba no solo como un médico sino hasta cierto punto como un amigo. Por eso lo adoraban sus pacientes. Mas su otra faceta, ligada en parte al estrés que le causaba la presión laboral y el mantenimiento de su familia, no era nada agradable, ya que fuera del consultorio era un hombre algo huraño que a veces se ponía agresivo y que solía mostrar cierta arrogancia.

Una de las cosas que a los pacientes les gustaba de Shipman era su “sinceridad” con los diagnósticos. No sospechaban que muchas veces esa sinceridad era la farsa tras la cual se ocultaba un asesino frío e insensible, asesino que el 28 de febrero de 1970, cuando Stephen Dickson lo llamó para preguntarle sobre la salud de su suegro con cáncer, contestó con oculta perversidad lo siguiente: “Yo no le compraría ningún huevo de Pascua”…Y el doctor tenía razón, y tenía razón porque cuatro días después el anciano suegro de Stephen Dickson moriría, no ya a causa del cáncer sino de una sobredosis de morfina.

Fue también en 1970, durante su periodo de residencia y mientras trabajaba en el área de Ginecología y Obstetricia, cuando Shipman comenzó a consumir morfina aprovechando que la droga era usada para aliviar partos y que por tanto era fácil conseguirla en el área.

En 1971 Shipman acabó su periodo de residencia pero siguió trabajando en el mismo hospital dentro de los servicios de Medicina Interna, Ginecología y Obstetricia y Pediatría.

Después, en 1974 y cuando tenía dos hijos que mantener, Shipman consiguió en Yorkshire un trabajó como médico de familia asociado. El personal con el que trabajó, en una carta-informe sobre Harold Shipman, describió a éste como conflictivo, confrontador, despectivo, capaz de humillar a las personas e innecesariamente grosero, actitud esta última que manifestaba con un adjetivo que tenía “en la punta de la lengua”, que evidenciaba su sentimiento de superioridad y que lanzaba con relativa facilidad: “estúpido”. Otro aspecto negativo que el personal de trabajó señaló en la carta fue la anarquía jactanciosa que llevaba a Shipman a realizar ciertas prácticas a su manera y en contra del criterio de médicos experimentados en el área, conducta esta que mostraba lo que posteriormente sería visto como el aspecto de mayor relevancia en la motivación de sus asesinatos: la voluntad de control.

En 1974 Shipman fue echado de su trabajo cuando descubrieron su adicción a la petidina (droga similar a la morfina). Cuenta sobre eso el Dr. Michael Grieve: ‹‹Estábamos sentados en ronda con Fred sentado de un lado, y del lado opuesto sale John y dice: “Ahora, joven Fred, ¿puedes explicar esto?” Y entonces le pone la evidencia que había estado recogiendo, mostrando que el joven Fred había estado prescribiendo petidina a pacientes que nunca recibieron la petidina, y que de hecho la petidina había encontrado su camino a través de las mismísimas venas de Fred››.

Al igual que en su etapa laboral dentro del Pontefract General Infirmary, Shipman se negó a abandonar sus adicciones. Esta vez sucedió que Harold había estado recetando petidina (una droga similar a la morfina, pero con efectos más rápidos y menos duraderos) a sus pacientes, muchos de los cuales no necesitaban del fármaco. La situación se descubrió cuando la recepcionista Marjorie Walker dio un vistazo a un registro. Seguidamente se hizo una investigación encubierta en la que, entre otros, participó el Dr. John Dacre, quien en una reunión de personal hizo lo que cuenta el allí presente Dr. Michael Grieve:‹‹Estábamos sentados en ronda con Fred sentado de un lado, y del lado opuesto sale John y dice: “Ahora, joven Fred, ¿puedes explicar esto?” Y entonces le pone la evidencia que había estado recogiendo, mostrando que el joven Fred había estado prescribiendo petidina a pacientes que nunca recibieron la petidina, y que de hecho la petidina había encontrado su camino a través de las mismísimas venas de Fred››. El insólito descubrimiento permitió comprender que, aquellos apagones mentales que estaban afectando al Dr. Shipman y que según él se debían a la epilepsia, no eran sino las consecuencias cognitivas del daño neurológico al cual el cerebro de Shipman había estado expuesto como consecuencia del abuso de la petidina.

Posteriormente Shipman fue expulsado de su trabajo y enviado a un centro de rehabilitación en el norte de Yorkshire, donde tras ser rehabilitado fue liberado para posteriormente conseguir un trabajo en Durham, ingresar en el Centro Médico de Hyde y finalmente estar en el Hospital Donneybrook House hasta 1977.

La carrera asesina de Harold Shipman no despegó con fuerza hasta 1992, fecha en la cual Shipman abrió en Hyde un consultorio en el que trabajó como médico de familia, atendió a más de 3000 pacientes e indujo al sueño eterno a muchos de ellos…

Durante esa etapa asesinó de forma sistemática a lo largo de cinco años y pico, siempre inyectando altas dosis de morfina a pacientes indefensos de edad avanzada que en su mayoría eran mujeres que pasaban los 75 años y que solían fallecer de tarde y en general sin gente alrededor. Para pasar desapercibido Shipman elaboraba un acta de defunción en la que afirmaba que el paciente había muerto por “causas naturales”. Estas actas eran enviadas a un médico que en teoría debía de confirmar el diagnóstico de defunción, pero que en la práctica se limitaba a confirmar los certificados fiándose de sus colegas y dejándose llevar por su comodidad. Así, Shipman aprovechaba esta situación y apuraba a los familiares de sus víctimas para que mandasen a incinerar (la llamada “cremación”) los cadáveres de sus inocentes.

“Mi madre tenía fe total en él y eso es lo más doloroso para mí: puedo verla sonriéndole mientras él le ponía aquella inyección letal; ella creía que era para curarla”, dijo Chris Bird, directivo del Manchester City, cuya madre, Violet Bird de sesenta años, murió en 1993 por una inyección de morfina que le inyectó Shipman, quien en 1997 habría de llegar a la cúspide de su carrera criminal con 37 asesinatos cometidos a lo largo de ese nefasto año.

A pesar de todo, las artimañas de Shipman no pasaron desapercibidas para la Dra. Linda Reynolds, quien estaba preocupada por el insólito índice de defunciones que se presentaba en los pacientes de Shipman y por el hecho de que la cremación fuese tan realizada en los pacientes fallecidos de Shipman, quien en opinión de Linda Reynolds estaba matando a sus pacientes, aunque ella no tenía claro si era por pura negligencia o si había intención. Sea cual fuera el caso, la Dra. Reynolds decidió ir a visitar a John Pollard, quien en marzo de 1998 ocupaba el puesto de Jefe de Medicina Legal del Distrito Sur de Manchester.

Tras las denuncias de Linda Reynolds la Policía comenzó a investigar pero, a falta de avances, las investigaciones se detuvieron el 17 de abril de 1998. Ya libre de la Policía, Harold alcanzó a matar a tres personas más hasta su arresto.

Era realmente desconcertante el que un cuadro tan anómalo no llamase la atención de suficientes personas: en 25 años Shipman había certificado la muerte de 521 personas, rompiendo así, muy por encima de cualquier otro médico, el record de certificaciones de muerte emitidas por un solo médico en el Reino Unido (Inglaterra); el 80% de los pacientes de Shipman habían fallecido sin la presencia de un familiar, la mayoría entre la comida y la llamada “hora del té”; y, aún más que lo anterior, estaba el hecho de que algunas veces Shipman había pedido que le regalen objetos personales del fallecido a los familiares de la víctima…

La última víctima de Shipman fue la adinerada Kathleen Grundy, quien el 24 de junio de 1998 murió en su casa cuando Shipman fue a hacerle una visita médica con su amiga la morfina, siempre lista para la acción…

Tras morir Kathleen Grundy, su hija Angela Woodruff quedó impresionada cuando Brian Burguess, el abogado de su madre, le informó de un documento de herencia en el cual su madre manifestaba, como última voluntad, el desheredarla de sus adoradas 386.000 libras esterlinas para dárselas al apreciadísimo doctor que había cuidado de ella hasta sus horas finales: Harold Shipman…Debe ahora, en este punto de la historia, señalarse que dos fueron los grandes errores de Shipman: primero y a nivel de las acciones, el haber redactado el documento de herencia a máquina cuando Kathleen Grundy no tenía ninguna máquina de escribir en su casa; segundo, y a nivel de las actitudes, el dejarse arrastrar por su sentimiento de superioridad (y por su torpeza, quizá) al punto de subestimar a los familiares de la víctima creyendo que, entre ellos, todos serían, como él mismo diría, “estúpidos” que, en el caso en cuestión, no se darían cuenta de que el testamento estaba escrito a máquina (en caso de que supiesen que Kathleen no tenía máquina) y que era realmente extraño, a nivel psicológico, el que una anciana que se había llevado bien con su hija la desheredase de un momento a otro para darle todo a su médico…De ese modo, la abogada Angela Woodruff notó lo anterior e informó rápidamente a la Policía, tras lo cual se exhumó el cadáver de Kathleen Grundy y se lo analizó, dando como resultado la presencia de morfina y, como consecuencia de dicho hallazgo, el arresto que el 7 de septiembre de 1998 sufrió Harold Shipman en su propio domicilio, dentro del cual se encontró una máquina de escribir que, según determinaron los investigadores, fue empleada para redactar el falso documento de herencia de Kathleen Grundy.

Shipman, como ya se ha dicho, siempre manifestó un sentimiento de superioridad y desde que empezó a trabajar se manifestó como un sujeto adicto al control. John Pollar, forense y ex compañero del asesino, dijo de Shipman lo siguiente: “simplemente disfrutaba contemplando el proceso de morir y gozaba con el sentimiento de control sobre la vida y la muerte”.

Sin embargo, las palabras más significativas y escalofriantes sobre Harold Shipman, fueron dichas por él mismo a un policía durante las primeras horas de su detención: “Yo puedo curar o puedo matar. Soy un médico y en mis manos está el poder de la vida y la muerte. No soy un instrumento de Dios; cuando estoy con un paciente, yo soy Dios. Soy un ser superior”.

Además de lo citado, en el mencionado artículo se da a entender que para Shipman la jeringa con morfina era un símbolo de muerte y poder debido a la experiencia que tuvo de joven con la agonía y muerte de su madre, experiencia que también estuvo en la motivación de Shipman por ser médico (si él hubiese sido médico, habría podido ayudarla) y, particularmente, por buscar el poder que representaba ser un doctor, sobre todo un doctor con una jeringa de morfina en la mano, tal y como lo era el médico familiar que asistió a su madre…Vemos así que, de alguna manera, existe una especie de reencuentro con el pasado en los crímenes de Harold y en su carrera médica, ya que una y otra vez Harold vuelve a encarnar la figura del médico que, con la jeringa de morfina en la mano, tiene poder sobre la vida de una mujer mayor. De ese modo es posible conjeturar que quizá, aunque sea inconscientemente, mediante el poder de decidir sobre la vida y la muerte de la paciente, Harold sentía que controlaba el proceso que años atrás no pudo controlar y que le quitó a su madre.

El juicio de Shipman se inició el 5 de octubre de 1999 y culminó el 31 de enero del 2000 con la sentencia de 15 cadenas perpetuas consecutivas por el asesinato de 15 pacientes con inyecciones de morfina. “Usted ha cometido horrendos crímenes. Asesinó a cada una de sus pacientes con una calculada y helada perversión de su capacidad médica. Usted era, antes que nada, el médico de estas personas”, le dijo el juez Forbes a Shipman cuando éste recibía la condena del jurado mientras, sin perder la calma, esbozaba una sonrisa junto a su mujer y sus cuatro hijos.

Tiempo después las investigaciones revelaron que Shipman había matado unas 171 mujeres y unos 44 hombres, todas personas de entre 41 y 93 años. Peor aún, investigaciones posteriores revelaron que había matado a unas 300 personas o más, convirtiéndose así en uno de los más prolíficos asesinos seriales de la historia.

John Douglas, criminólogo y perfilador famoso del FBI, afirmó una vez que los asesinos seriales están obsesionados con el control y la manipulación y que, cuando están custodiados y controlados en la cárcel, el suicidio representa su acto final de control.

Ejemplo emblemático de la tesis de John Douglas fue Harold Shipman, quien a sus 57 años y al no tener otra vida sobre cuya continuidad pudiese decidir a excepción de la suya, acabó por usar sus sábanas para colgarse de los barrotes de su prisión el día 13 de enero del 2004. Apenas murió su viuda recibió 100.000 libras esterlinas (unos 150.000 euros) y una pensión vitalicia de 10.000 libras esterlinas anuales. Si Shipman hubiera muerto pasados los sesenta años, su esposa sólo habría recibido 5.000 libras esterlinas anuales, por lo que se ha pensado que este hecho pudo ser parte fundamental de la motivación que tuvo para suicidarse.

La muerte de Shipman fue recibida con alegría por periodistas británicos que alentaron a otros asesinos a seguir el ejemplo de Shipman o incluso, en el caso del periódico The Sun, expresaron su júbilo con el burlón e ingenioso titular de “¡Ship, Ship, Hurra!”. Pero la alegría no apareció en todos los rostros en que se esperó que apareciese pues, con la muerte de Shipman, murió también la posibilidad de que éste explicase el porqué de sus asesinatos. Dijo al respecto David Blunkett: “Si usted despierta y recibe una llamada diciéndole que Shipman se ha suicidado, usted piensa ¿será demasiado temprano para abrir una botella? y entonces descubre que muchos están lamentados de este hecho”

Por último y para acentuar aún más el misterio de su muerte, una fuente de la prisión dijo que, la noche antes del suicidio, Shipman había hablado por teléfono con su esposa sin mostrar depresión alguna o planes de suicidio: “no exhibió ningún comportamiento típico de los momentos previos al suicidio”, dijo el portavoz.


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